jueves, 29 de julio de 2010

LA LEYENDA DE SIGFRIDO

EL CANTAR DE LOS NIBELUNGOS





El príncipe Sigfrido de Niederland, de las tierras bajas, es el protagonista ausente de "La canción de los nibelungos", apuesto doncel y noble guerrero de sangre real, el involuntario causante del dramático desenlace de la historia legendaria, la razón esgrimida en una poética explicación dada a la desaparición histórica de la nación burgunda ante el huno Atila. La princesa Crimilda de los burgondos, la dama de Worms, es el objeto de su amor, la doncella soñada, la bella virgen de la cual se enamora perdidamente Sigfrido por las referencias que le han llegado de su inigualable hermosura. Los dos jóvenes se enamorarán mutuamente y su matrimonio será pronto un hecho. Brunilda es una extraña reina de Islandia, tan bella como brutal, que ofrece su mano a quien pueda vencerla en combate mortal, pero que caerá irremisiblemente rendida ante Gunther, el enamorado hermano de Crimilda, pero sólo por la astuta y mágica intervención de Sigfrido, y ese insólito romance también se saldará con el matrimonio deseado, para satisfacción de Gunther. La historia hubiera acabado felizmente ahí, pero las consideraciones de un honor arbitrario y, más que nada, la intromisión de las nada deseables voluntades femeninas en el mundo brutal e inflexible de los hombres germánicos, harán que todo un pueblo se inmole para dar cumplida satisfacción a una venganza sanguinaria que tiene su excusa y primer origen, en un acto tan trivial como es el protocolo real por el que se compite, para establecer el orden oficial de entrada en la iglesia de las dos damas centrales de nuestra historia, las cuñadas rivales Crimilda y Brunilda, complicado luego con la muerte alevosa del buen Sigfrido. Junto a ellos está, en un puesto destacado, el indefinible personaje de Hagen, brazo armado de Gunther, que hace alternativamente de héroe y de villano en la historia, al ser primero el ejecutor cobarde de Sigfrido y, más tarde, el heroico paladín del rey Gunther cuando llega la hora de la lucha final, al ponerse en marcha la máquina sangrienta de la traición final, el postrer acto del poema, con la ejecución del plan inmisericorde e innoble de la vengativa Crimilda.







EMPIEZA LA HISTORIA DE SIGFRIDO



Con la descripción del apuesto príncipe de Niederland da comienzo el poema. Su virtud es la más digna de un héroe germánico: reside pues en la potencia de su brazo y en su incansable bravura ciega, sumada a la permanente capacidad juvenil de dar muerte a quien quiera ser su rival, sea en una batalla campal o en un amistoso torneo entre caballeros. Matar en combate es la mejor tarjeta de presentación de alguien que quiera refrendar su noble origen y su limpia ejecutoria en el mundo de las tribus germánicas, tan poco versadas en letras, pero tan eternamente dispuestas a dar o recibir la muerte. Porque la muerte a manos enemigas es el mejor camino de los pueblos germánicos para llegar al paraíso celestial, a la más alta gloria de Dios, a lo que hasta hace sólo unos pocos siglos todavía se llamaba Valhalla. Ahora, en plena vigencia de la cristianización, se ha olvidado el papel jugado por la mitología de los dioses batalladores, porque sólo se admite la presencia del dios de los cristianos, y su intervención queda reservada para el combate contra los infieles, o cuando es necesario recurrir a su arbitraje, en aquellos juicios de Dios, en los que -cómo no- el tribunal es una arena y la muerte del rival es la mejor sentencia posible, porque va refrendada por el invisible sello de Dios. No queda, pues, sitio para el recurso a Thor, Odín o las Valkirias, pero se mantiene la idea esencial de la santificación de los hombres por el ejercicio constante y, hasta sus últimas consecuencias, de las armas. Pero, ahora, a Sigfrido no le mueve en su aventura la búsqueda de una confrontación contra un par de la caballería, sino la relatada belleza de la hermosa Crimilda, una princesa de Burgundia, hija del fallecido rey Dankrat y de la reina Uta, hermana de tres reyes, Gunther, Gernot y Giselher.

SIGFRIDO LLEGA A WORMS

Sigfrido, Sigfrid, hijo de Sigmond y Siglind, reyes de Niederland, era un príncipe apuesto y valeroso; un joven deseado entre las más nobles vírgenes de la corte de Santen, pero él no podía ni siquiera conceder su atención a aquellas doncellas, porque su inquieto corazón estaba en Worms, allí donde moraba la dulce Crimilda. Los reyes de Niederland quedaron preocupados con la revelación de su hijo, puesto que los burgondos eran gente temida y, entre ellos, destacaba el terrible barón Hagen, un adversario casi imposible de vencer. Pero Sigfrido, una vez que hubo comunicado su irrevocable decisión, preparó su marcha a Worms, con la sola escolta de una docena de hombres. Con ellos cabalgó a su destino, dirigiéndose a la corte del rey Gunther sin más dilaciones. El rey lo recibió, una vez que fue informado de la identidad de su visitante, para conocer la razón de su viaje, y el intrépido Sigfrido, sin más preámbulos, respondió que quería probar la afamada destreza del rey de los burgondos con las armas, seguro como estaba de vencerlo y hacerse con su reino y sus gentes. Los nobles quisieron lanzarse sobre el osado Sigfrido, pero el tenso ambiente pronto se calmó y Sigfrido, el bravo e insolente caballero de las tierras bajas fue admitido como huésped de la corte de Worms, aunque su estancia se alargaba y él no llegaba a ver, aunque fuera en la distancia, a su amada Crimilda. Todo cambió cuando se supo en Worms de la llegada de una tropa de daneses y sajones que venían contra Worms. Enterado Sigfrido, ofreciese a Gunther para estar a su lado en esa confrontación que se avecinaba dura y peligrosa, aconsejándole que diera vigorosa respuesta a la afrenta de los daneses y sajones, y pidiendo a su rey Gunther el honor y la responsabilidad de poder bien servirle al mando de una tropa de mil guerreros con la que defender la Burgondia. Con ellos salió a castigar a los sajones, matando docena tras docena de enemigos, hasta capturar al rey Ludeger. Los daneses, al conocer la rápida victoria de Sigfrido, acudieron en ayuda de sus aliados sajones, pero también Sigfrido presentó combate y los venció con facilidad, rindiendo a su jefe, el rey Ludegast. Terminada la batalla, los dos sometidos soberanos fueron llevados a la corte de Worms, como prisioneros de guerra, para mayor honra de su señor Gunther de Burgondia.

DE RIVAL A LEAL AMIGO

La noticia de la victoria no sólo alegró al rey Gunther y a sus súbditos; la princesa Crimilda también quedó emocionada al conocer la hazaña de Sigfrido "el fuerte", de Sigfrido "el demonio", como le llamaban los pocos que habían combatido cerca de él y habían tenido la fortuna de sobrevivir. Ahora Sigfrido ya era el leal amigo y podía ser presentado a la princesa Crimilda, pues el rey su hermano no ignoraba su amor por ella. Al conocerse, ambos pudieron darse cuenta al instante de que el amor vivido por cada uno de ellos era un sentimiento mutuo. Sólo le faltaba al valeroso príncipe Sigfrido pasar por otra nueva prueba de armas, la prueba de rigor que le permitiera acceder a la mano de la princesa que acababa de conocer, y esta oportunidad soñada no tardó demasiado en presentarse. La ocasión de ganar el amor de la adorada Crimilda se llamaba Brunilda y era una reina tan bella como violenta, nada menos que la indómita soberana del lejano reino de Islandia. El rey Gunther la amaba en la distancia y necesitaba alcanzar su corazón. No era tarea sencilla, pues la singular reina exigía ser vencida en combate para conceder su corazón, y desgraciadamente, era tan fuerte como cruel, ya que muchos habían sido los nobles que habían pagado con su cabeza la derrota ante Brunilda. El rey Gunther era un temerario luchador, pero necesitaba de la ayuda de aquellos fieles voluntarios que quisieran arriesgarse con él en su intento. El buen Sigfrido, naturalmente, fue el primer caballero en ofrecerse incondicionalmente a su servicio, reclamando como única compensación, claro está, a Crimilda en matrimonio si la expedición resultaba favorable a los deseos de su rey y señor. Para completar la breve fuerza de acompañamiento, solicitó la presencia de los hermanos Hagen y Dankwart. También Sigfrido tomó algo más que nadie, salvo él conocía: un manto mágico arrebatado al enano Alberic, del país de los nibelungos, con el que podía hacerse invisible a la voluntad y quedar a cubierto de cualquier arma, por afilada que estuviera y por robusto que fuera el brazo que la empuñara. Sigfrido era invencible, pero en esta ocasión no trataba de conquistar prestigio para sí, sino la posibilidad de ganar el privilegio de ser el esposo de Crimilda.

LA VICTORIA SOBRE BRUNILDA

Así que estuvo preparada la tropilla, los cuatro valientes partieron en barco hacia Islandia y, tras doce días de travesía marina, estaban frente a sus costas, divisando maravillados la altiva fortaleza de Isenstein. Fueron inmediatamente recibidos por la reina Brunilda, que debía estar ansiosamente a la espera de emociones violentas. Apenas estuvieron ante ella, los recién llegados, por boca de Sigfrido, anunciaron la intención del rey Gunther de ganarse la mano de Brunilda, la mujer con fama de ser más fuerte que doce hombres. Aceptó feliz Brunilda el reto esperado, recordando a todos los presentes que el fallo de Gunther en cualquiera de las pruebas supondría automáticamente su muerte, pues nunca se daba cuartel al vencido y le propuso competir primero en un combate a lanza y, si lo superaba, después en el lanzamiento de una piedra hasta tan lejos como se pudiera, para más tarde tener que alcanzarla de un solo salto. Aceptadas que fueron las dos absurdas pruebas, Sigfrido llamó en un aparte a Gunther para informarle de que, gracias a la posesión de la capa del enano Alberic, él iba a convertirse en el invisible contendiente de Brunilda, mientras que el rey actuaría fingiendo ser él el único combatiente de Brunilda. Así se hizo y fue Sigfrido quien derrotó con suma facilidad a la reina Brunilda con la lanza tras un combate en el que ella veía asombrada cómo la fuerza de Gunther se multiplicaba hasta desarmarla. Más tarde, Sigfrido arrastró la piedra por el aire, para luego transportar a Gunther de la misma forma y a lo largo del mismo trecho. Cumplido el trámite, Gunther, supuesto vencedor, hizo saber a su amada y vencida Brunilda que ahora ya era su prometida en toda regla y, por tanto, ella debía cumplir lo pactado, siguiéndole de buen grado en su viaje de regreso al país de los burgondos. La derrotada reina, entristecida por su obligada marcha, pero aceptando el que creía justo resultado quiso despedirse de sus súbditos y pidió el tiempo necesario para hacerlo en buena forma y preparar su marcha definitiva hacia el país del que iba a ser su esposo, y en el cual ella seguiría manteniendo su real rango.

miércoles, 28 de julio de 2010

LA MUJER PERFECTA

Cuando cumplí 14 años esperaba algún día tener una novia.

A los 16 tuve una novia, pero no había pasión. Entonces decidí que necesitaba una mujer apasionada, con ganas de vivir.

En la facultad salí con una mujer apasionada, pero era demasiado emocional. Todo era terrible, era la reina de los dramas, lloraba todo el tiempo, amenazaba con suicidarse. Entonces decidí que necesitaba una mujer estable.

Cuando tuve 25 años encontré una mujer muy estable, pero aburrida. Era totalmente predecible y nunca la excitaba nada. La vida se hizo tan plomiza que decidí que necesitaba una mujer más emocionante.

A los 28 encontré una mujer excitante, pero no pude seguir su ritmo. Iba de un lado a otro sin detenerse en nada. Hacía cosas impetuosas y coqueteaba con cualquiera que se le cruzara. Me hizo tan miserable como feliz. De entrada fue divertido y energizante, pero sin futuro. Entonces decidí buscar una mujer con alguna ambición.

Cuando llegué a los 31, encontré una chica inteligente, ambiciosa y con los pies sobre la tierra. Decidí casarme. Era tan ambiciosa que me pidió el divorcio y se quedó con todo lo que yo tenía.
Ahora, a los 40, me gustan las mujeres con tetas grandes, buen culo... y punto.

Por fin, MADURÉ!